jueves, 28 de abril de 2011

(Narración compartida I) 8.En casa

- No es nada, un poco de reposo, esta crema cada 8 horas y en una semana ¡estará como nueva!
Eso es lo que me dicen en interfería. Miro mi tobillo, ahora arropado por una venda y pienso en como llegaré a casa.
- ¡Pues vamos! ¿Preparada? - Me giro y allí está aún mi entrenador. Se acerca y antes de que pueda decir nada me está cogiendo otra vez en brazos y llevandome por el pasillo que va a los vestuarios. Solo puedo balbucear unas cuantas palabras que no se entienden, el sigue dando-me ordenes:
- ¿Cual es tu taquilla? ¿Donde tienes las llaves? ¿Es esta tu ropa? ¡Tu no hagas nada!
Allí dejo de quejarme, el ha cogido mi bolsa y está sacando la chaqueta, que pone sobre mis hombros muy lentamente, deteniendo unos instantes su cara cerca de la mía. No puedo evitar mirar-le a los ojos, y veo que no ha dejado de observar-me. Mi respiración se hace más profunda y lenta. Me ayuda a pasar los brazos por las mangas y al cogerme la mano se le escapa una caricia.
Ya estoy calculando los centímetros que hay entre mi boca y la suya cuando de repente me coge otra vez en brazos. Dice que me va a llevar a casa en coche.
- ¡Es lo mínimo que puedo hacer por ti!

Me ayuda a sentar-me en el puesto de copiloto y pasa el cinturón sobre mis pechos y lo abrocha.
Coge el volante y lo voy indicando por las calles, de tanto en cuando el me mira de reojo, o a través del retrovisor, y me lanza una sonrisa o un guiño de ojos. Aunque yo solo puedo pensar en la manera en que agarra el cambio de marchas. Su mano es grande, de uñas cortas y limpias, se nota que le gusta trabajar con ellas, las tiene ásperas, rudas.
Por fin llegamos, y yo disfruto hasta el ultimo momento de esos brazos que me cogen y me llevan de un lado para otro. Cuando abrimos la puerta pienso en que excusa inventarme para que se quede un rato más.
- ¡Aquí en el sofá estarás bien! Acuerda-te de aplicarte la crema en el tobillo. Espera, vamos a hacer una cosa, yo la aplicaré y así ya no tendrás que hacerlo después.
- ¡¡¡Ah!!!! ¡Gracias!
Y estiro el pié hacia el. Se sienta en el suelo y pone mi pié sobre sus piernas, me quita el calcetín y empieza con un suave masaje sobre el tobillo.
Yo estoy un poco nerviosa por la situación, apurada por tener a alguien que me esté sirviendo en todo como un criado. Mi cara es un vivo mapa de mis pensamientos.
- Tu relaja-te, echa la cabeza hacia atrás y disfruta del momento.
- ¡Lo intentaré. Pero cuando te canses me avisas!
Me tumbo hacia atrás y cierro los ojos. Sus manos suben y bajan por mi tobillo, primero suavemente, y después con movimientos más fuertes. Todo está silencioso, solo se oye mi respiración, que ya se ha convertido en un suave jadeo de placer. El me observa todo el rato, sus ojos siguen mis expresiones.
Se me escapa: - ¡Ojalá supieras hacer masajes en la espalda!
El para y se levanta. Mi sonrisa desaparece, me he pasado de la raya! Ahora se va a ir enfadado diciendo-me algo sobre alguna novia.

Pero no pasa eso, se pone de rodillas sobre el sofá i me hace enseñarle la espalda. Sus manos masajean mi nuca mientras acerca su cara a la mía. Me susurra en el oído muy bajito, con voz ronca: - ¿Te gusta así?
Después empieza a utilizar su boca y su lengua por el cuello mientras sus manos bajan por mi espalda. Solo puedo que continuar con mis jadeos.

Hago un pequeño movimiento, intento girarme para corresponder a sus caricias -Tu no hagas nada- Me dice.
Me quita la camiseta y recorre toda mi espalda con su lengua, al llegar al sujetador lo desabrocha, y empieza a trabajar mis pechos. Lame alrededor del pezón, que tengo erectos, cada vez me noto más húmeda.
Ahora jadeamos los dos, al mismo ritmo. Me inclino en el sofá y el empieza a deshacer los nudos que mantienen mi pantalón de chandal en su sitio, mientras su lengua baja hacía las ingles. Baja los pantalones y apoya su barbilla sobre mi zona intima.
Yo bajo las manos, quiero quitarme las braguitas. Pero el me hace parar, me separa las manos a un lado y con una media sonrisa me las quita el. No puedo aguantar más, me está haciendo sufrir lo indecible.
Entonces, como si me leyera la mente hunde su boca entre mis piernas, y utiliza su lengua para el más intimo de los masajes. No puedo evitar llevar mis manos a su pelo y agarrarlo fuertemente, mientras el se mueve de forma rítmica.
Con mis manos le indico que quiero que acelere, mi cuerpo no puede más, mis piernas, mi vagina, todo está en tensión. Un grito sale de mi garganta, y mi cuerpo por fin, se relaja totalmente.

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