miércoles, 27 de abril de 2011

(Narración compartida I) 7.Mirada

Entro en la sala de Spinning, mi corazón se acelera levemente, expectante. Devuelvo algunos saludos sin siquiera darme cuenta de quién provienen, todos mis sentidos están buscándole a él. Mi mente está tan concentrada que el ambiente de fondo pasa a ser algo completamente secundario. ¿Dónde está? ¿Habrá llegado ya?
Mientras me concentro en mi búsqueda me parece oír risas masculinas de fondo, se mezclan con insultos groseros, golpes sordos, pasos bruscos y titubeantes. Hombres. No pueden estar sin pelear como niños...
CUIDADO!
En un milisegundo me giro con tal rapidez que me da un calambre en el cuello y sólo alcanzo a distinguir una figura atlética que cae pesadamente encima de mí. Me estampo de bruces contra el suelo, el dolor me ataca el brazo y el calambrazo en el tobillo me hace ver las estrellas y hasta la galáxia más lejana.
Risas.
¿Risas? ¿Quién es capaz de reirse por algo así?  Estaba perfecta. Estaba preparada física y mentalmente para la seducción. Y estos inútiles han hecho que mi confianza y mi autoestima cayeran tan rotundamente como mi cuerpo. Y como guinda para el pastel mi tobillo me duele tanto que me cuesta respirar. ¿Me lo habré torcido? O peor.. ¿roto? Mi furia crece por segundos. Me giro presa de la ira hacia ese pesado cuerpo que sigue aplastándome contra el suelo.
Y el mundo, el tiempo, las bicicletas en marcha frenética de la sala de spinning, todo, se detiene.
Unos ojos negros se clavan en los míos. Conozco ese color, ese brillo, esa profundidad, esas largas y densas pestañas que serían la envida de cualquier mujer. Esa mirada que buscaba con tanto anhelo cuando entré en la sala está taladrándome ahora, a pocos centímetros de mi cara, con gesto de preocupación y disculpa. Intento respirar, pero sólo consigo inhalar un intenso aroma masculino mezclado con colonia Axe que, por partida doble, me aturde y me despierta arrancando un delicioso pinchazo de deseo.
Con un movimiento felino y sin dejar de mirarme, se aparta de mí y me dice algo que en mi estupor no alcanzo a comprender. Intento bloquear la sensación de decepción que me provoca esa separación física, por pequeña que sea.
-          ¿Lo siento… estás bien? - Sus nudillos acarician suavemente mi mejilla.
-          S…Sí.. no es nada, n..no te preocupes – Me odio por tartamudear como una quinceañera, y encima apuesto a que mi cara tiene el color de un tomate maduro.
Intento levantarme, me flaquea el brazo dolorido. Me es imposible apoyar el pie derecho en el suelo y me tambaleo, perdiendo el equilibrio. Unos brazos firmes y musculosos me agarran y evitan el trompazo, haciendo que mi corazón dé un vuelco. Volver a estar pegada a él hace que olvide momentáneamente mis dolores.
-          Mentirosa. Déjame sacarte de aquí y mirar a ver si es grave. Puedes andar?
-          Sí… esto… no.
Oh, no. Claro que no puedo andar.  Siento alguna mirada femenina fulminándome con pura envidia detrás de mí, pero… me duele el tobillo, apenas puedo apoyarlo, es la verdad. Ya que estoy lesionada por culpa de mi fornido dios griego, y él está preocupado y dispuesto a ayudarme, ¿Por qué no aprovecharme un poco de la situación?
Me agarra en volandas con delicadeza y sale de la sala en dirección a la enfermería. No me corto al acomodarme entre sus brazos, apoyo mi cabeza en sus anchos hombros, poso mis manos en sus pectorales y lleno mis pulmones con su aroma corporal que tanto me excita.
Me atrevo a mirarle. Sus profundos ojos azabache siguen fijos en mí.  Sus labios se curvan en una misteriosa sonrisa. Parece haber adivinado mis intenciones, quizás me he excedido acomodándome. Pero no parece molestarle, es más, se ve complacido. Me pierdo en su mirada, que empieza a descender con lentitud hasta mis labios, deteniéndose unos instantes; se desliza despacio bajando por mi garganta, llegando a mi clavícula, sus pupilas se dilatan conforme se acerca a mis pechos, se lame los labios con la punta de la lengua, mientras su mirada dibuja en mi cuerpo una promesa de caricias, besos, lametones, mordiscos.  
Un deseo ardiente me invade, me humedece y se adueña de todo mi ser, retumbando en mi pecho y en mis partes más íntimas.
Siempre pensé que era un tópico. Una leyenda urbana. Pero es verdad, es posible. Este hombre me está haciendo el amor con la mirada.

V

1 comentario: